El reciente debate público sobre la presencia de exjefes de bandas criminales en un evento del gobierno en Medellín ha encendido nuevamente las alarmas de una sociedad dividida. En medio de esa polémica, la periodista y precandidata presidencial Vicky Dávila publicó una fuerte declaración en su cuenta de X:
“Bandido es bandido hasta el último suspiro. Esa es la verdad. Que hable bonito no lo convierte en bueno. Que se vista de saco no lo vuelve decente. Que el gobierno lo exponga como una persona en recuperación, no borra su prontuario. Nadie que haya asesinado, secuestrado y traficado con droga ha pagado por sus crímenes simplemente con decir ‘lo siento’. ¿Dónde quedó la justicia?”
Estas palabras, cargadas de firmeza y desconfianza, expresan un sentir que seguramente comparten muchas personas víctimas de la violencia o marcadas por la impunidad. Sin embargo, en medio de tanto dolor, es importante detenernos a pensar: ¿acaso una frase tan contundente no cierra también la puerta a cualquier posibilidad de transformación?
Colombia ha caminado durante décadas por el sendero de la guerra interna, la exclusión y la estigmatización. Enfrentar las heridas que deja ese pasado no es sencillo, pero tampoco podemos resignarnos a repetirlo. Decir que “bandido es bandido hasta el último suspiro” es una sentencia que no admite redención, que niega la posibilidad de reintegración y que convierte el castigo perpetuo en la única salida.
¿Es eso lo que necesitamos como sociedad?
La justicia no puede ser únicamente cárcel ni castigo, mucho menos cuando hablamos de construir paz en territorios que han sido históricamente olvidados por el Estado. No se trata de premiar a los victimarios ni de blanquear sus delitos, sino de buscar salidas reales que garanticen verdad, reparación y no repetición.
Las víctimas tienen derecho a la justicia, pero también el país tiene derecho a la esperanza. Si rechazamos de plano cualquier intento de reconciliación, solo nos queda la venganza como política. ¿Queremos una Colombia donde el único lenguaje posible sea el de la exclusión y la desconfianza?
Por eso, este no es solo un llamado al gobierno, sino a toda la dirigencia política y social —incluida la misma Vicky Dávila—: no convirtamos la paz en una herramienta de campaña. No volvamos a poner en juego la vida de miles por ganar unos votos o por agradar a un electorado polarizado.
Necesitamos sensatez. Necesitamos responsabilidad. Necesitamos decisiones que sanen, no frases que dividan.