El presidente Gustavo Petro volvió a hacer uso de la tribuna más importante del planeta, la Asamblea General de las Naciones Unidas, y lo hizo con un discurso que generó tanto aplausos como incomodidad. Una intervención que se mueve entre la audacia de un líder del Sur global y los riesgos de un tono que puede tensar las relaciones con algunos de los socios más influyentes de Colombia.
Lo bueno de su presentación está en que el país gana protagonismo en temas clave para la humanidad. Petro insistió en que la lucha contra el cambio climático no puede seguir siendo una consigna vacía y que es hora de tomar decisiones reales para salvar la Amazonía y, con ella, el futuro del planeta. Esa narrativa refuerza a Colombia como un referente ambiental y abre puertas a cooperación internacional. De la misma manera, su crítica a la guerra contra las drogas, que calificó de irracional y fracasada, pone sobre la mesa un debate que ya muchos académicos y gobiernos han comenzado a dar: es necesario cambiar el paradigma. El eco que genera esta postura da a Colombia un perfil de país que no teme alzar la voz, aun cuando incomode.
También se valoró que Petro dedicara parte de su intervención a la situación en Gaza. Su denuncia del genocidio y el llamado a crear un mecanismo internacional que proteja a la población civil lo ubican del lado de los derechos humanos y la justicia, algo que, más allá de las diferencias políticas, deja bien parada la imagen de Colombia como nación que defiende la vida y la dignidad de los pueblos. En un mundo donde las potencias se enredan en vetos y cálculos geopolíticos, un país que exige acción inmediata puede ser visto como un faro ético.
Sin embargo, no se pueden ignorar los riesgos. Petro apuntó directamente contra Estados Unidos y contra Donald Trump, lo que puede tener consecuencias en la relación bilateral. En política internacional, los discursos no se quedan en la retórica: las palabras pesan y pueden afectar acuerdos comerciales, cooperación militar o apoyos financieros. Además, propuestas como la creación de un “ejército” para defender a Palestina, aunque moralmente resonantes, parecen poco viables dentro de los marcos jurídicos actuales, lo que abre la puerta a críticas sobre improvisación o falta de realismo.
En el terreno interno, la intervención también puede profundizar la polarización. Sus seguidores celebran un discurso valiente y coherente con la línea que ha defendido desde el inicio de su mandato; sus opositores lo ven como populista e imprudente. En ese choque de visiones, el riesgo es que la política exterior quede atrapada en el fuego cruzado de la política doméstica.
Al final, el saldo del discurso es más positivo que negativo. Colombia no pasó desapercibida. Por el contrario, se escuchó fuerte y clara en el escenario global. El reto ahora será transformar esas palabras en acciones concretas y, al mismo tiempo, administrar con inteligencia los costos diplomáticos que inevitablemente trae consigo hablar sin filtros en un mundo tan interdependiente.

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