La aprobación del Presupuesto General de la Nación para 2026 ha generado una fuerte polémica en Colombia, especialmente por el recorte de más de 60 mil millones de pesos a la Defensoría del Pueblo, una entidad clave en la defensa de los derechos humanos y las comunidades más vulnerables del país.
La decisión, avalada por el Congreso, ha sido calificada por sectores sociales como “una traición al pueblo que los eligió”, al considerar que debilita a la institución que actúa como voz y escudo de los ciudadanos frente al Estado.
La defensora del pueblo, Iris Marín, advirtió que el recorte afectará gravemente programas esenciales como la atención a víctimas, las alertas tempranas y la presencia institucional en regiones con conflicto social y armado. “Es un golpe directo a las comunidades más necesitadas”, afirmó.
Lo más cuestionado es que otras entidades de control, como la Procuraduría y la Contraloría, no sufrieron recortes similares, lo que ha desatado sospechas sobre posibles motivaciones políticas detrás de la decisión.
Para analistas y organizaciones civiles, el Congreso ha enviado un mensaje contradictorio: mientras dice legislar en nombre del pueblo, le resta poder precisamente a la entidad que vela por sus derechos.
En redes sociales, el tema se ha convertido en tendencia. Miles de usuarios expresaron su indignación y acusaron a los congresistas de actuar de espaldas a la ciudadanía. Algunos comentarios resumen el sentir popular: “Recortar a la Defensoría es como dejar al pueblo sin voz”.
En medio del debate, queda una pregunta que golpea con fuerza:
👉 ¿Puede un Congreso que debilita a la Defensoría seguir diciendo que representa al pueblo?

