Durante más de dos décadas, Álvaro Uribe Vélez fue el intocable del ajedrez político colombiano. Una figura construida a punta de poder, miedo y estrategia. Cada movimiento parecía medido, y cada amenaza a su figura, neutralizada. Como si portara una corona bendita por la impunidad, los peones que se atrevían a cruzar su camino no llegaban nunca al otro extremo del tablero. Desaparecían, caían, se desdibujaban. Un espectro de inmunidad rodeaba al rey.
Sin embargo, el tablero cambió. El 2024 y 2025 fueron años de sacudidas: por primera vez, un proceso judicial lo alcanzó con contundencia, y no precisamente de parte de quienes ostentan más rango. Fue un caballo, no una torre, quien avanzó de forma inesperada. Un contrincante menospreciado por muchos, pero tenaz: Iván Cepeda. El senador que durante años ha insistido con pruebas, testigos, debates y persistencia. El que se negó a ceder cuando la lógica política aconsejaba rendirse.
La historia ha sido perversa con quienes han osado testificar en contra de Uribe. Testigos que aparecían muertos, desaparecidos o desacreditados; grabaciones borradas, jueces recusados, procesos dilatados. Una telaraña de poder tejida por años. Pero esta vez no fue suficiente.
Y entonces ocurrió lo impensable: el rey que parecía eterno fue puesto en jaque, no por la fuerza bruta ni por la política tradicional, sino por el efecto de sus propias jugadas mal calculadas. El intento de tumbar al caballo —de neutralizar a Cepeda mediante maniobras judiciales— se volvió contra él. La defensa se convirtió en ataque. Y el tablero entero lo vio.
El país atestigua hoy un momento que puede ser histórico o simbólico, según se lea. Para muchos, el “rey inmortal” no ha caído del todo. Aún conserva fichas, apoyos y movimientos. Pero lo cierto es que, por primera vez en mucho tiempo, el aura de invencible se ha resquebrajado.
Y lo más fascinante de este episodio no es solo la movida final, sino el hecho de que fue ejecutada por una pieza que el propio sistema había menospreciado. El caballo torció la narrativa, desafió las reglas no escritas y forzó al monarca a mirar de frente lo inevitable.
En política, como en el ajedrez, los símbolos importan. Y este jaque no solo altera el juego: altera la historia.
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