Evangélicos y el caso Uribe

Evangélicos y el caso Uribe

Una mirada ética sobre el respaldo cristiano y la condena por soborno

Análisis de opinión | Informativo Caribe

El 28 de julio de 2025, el Juzgado 44 Penal del Circuito de Bogotá declaró culpable al expresidente Álvaro Uribe Vélez por los delitos de soborno en actuación penal y fraude procesal, luego de un proceso que se originó por una denuncia interpuesta por el propio Uribe en 2014 contra el senador Iván Cepeda.

Aunque sectores políticos han reaccionado de manera previsible, también ha habido respuestas desde algunos grupos cristianos evangélicos, que han sostenido narrativas de respaldo incondicional hacia el exmandatario, llegando incluso a calificar el proceso judicial como parte de un “complot del socialismo y del diablo” o una persecución espiritual.

Este análisis propone, desde una mirada ética e informada, examinar si es coherente con los principios cristianos justificar actos de manipulación y mentira cuando provienen de líderes políticamente afines, aun si estos han tenido una relación cercana con sectores religiosos.


La verdad, una exigencia moral no negociable

Según el fallo leído por la jueza Sandra Liliana Heredia, quedó probado que Uribe, a través de su abogado Diego Cadena, ofreció beneficios a testigos privados de la libertad, entre ellos Juan Guillermo Monsalve, con el propósito de que cambiaran sus versiones para favorecerlo en procesos donde se investigaban presuntos vínculos suyos con grupos paramilitares (El País, 29/07/2025).

Desde una perspectiva cristiana, la mentira y la manipulación no pueden ser justificadas bajo ningún argumento político o espiritual. La Biblia establece con claridad:

“Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento.”
— Proverbios 12:22

“No aceptarás soborno, porque el soborno ciega a los que ven y pervierte las palabras del justo.”
— Éxodo 23:8

Estas advertencias no están condicionadas por banderas ideológicas ni cargos públicos. Son principios absolutos.

Cristianismo y poder: una relación que exige coherencia

A lo largo de las dos décadas recientes, muchos sectores evangélicos han respaldado a Uribe, considerándolo un líder alineado con valores conservadores y anticomunistas. No obstante, el proceso judicial que culminó con su condena no se refiere a posiciones ideológicas, sino a acciones concretas: presión a testigos, uso de intermediarios y corrupción del sistema judicial (Infobae, 28/07/2025).

El respaldo cristiano a figuras políticas no puede implicar una negación moral de los hechos. Si los líderes religiosos enseñan la importancia de la verdad, la integridad y la justicia, deben también tener la entereza de decir con claridad que estas virtudes no pueden ser puestas en pausa cuando los que fallan son aliados ideológicos o admirados por sus logros pasados.

La lealtad política no es sinónimo de justificación espiritual


La ética cristiana no se construye con base en la conveniencia. No basta con que alguien defienda causas conservadoras o hable en contra de regímenes de izquierda para ser considerado moralmente intachable. Lo esencial sigue siendo el carácter, la coherencia y la sujeción a la verdad.

“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”
— Proverbios 28:13


En ese sentido, el respaldo irrestricto a Uribe por parte de algunos sectores cristianos revela una tensión profunda entre la fe y la política. No se trata de abandonar la opinión pública ni de dejar de participar en los debates nacionales, sino de hacerlo desde una posición que no sacrifique la integridad moral a cambio del pragmatismo político.

En fin

Álvaro Uribe fue condenado por actos que contradicen abiertamente principios fundamentales del cristianismo. Seguir respaldándolo de forma incondicional, sin reconocer el daño ético que representa su conducta, distorsiona el testimonio cristiano en la esfera pública.

Este no es un llamado al juicio espiritual ni al rechazo personal. Es, más bien, una invitación a recuperar la coherencia.
La fe no puede ser instrumento de legitimación del poder. Debe ser, ante todo, una luz que lo examina.

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