¿Es idolatría o identidad cultural la celebración de la leyenda del Hombre Caimán en Plato, Magdalena? Un análisis desde la tradición, la crítica religiosa y el simbolismo popular.
En las orillas del río Magdalena, donde la brisa lleva historias que nacen en la imaginación del pueblo, existe una leyenda que ha marcado por generaciones a la región Caribe: el Hombre Caimán.

Contada con picardía, temor y hasta orgullo, esta historia ha trascendido la tradición oral para convertirse en monumento, festividad y símbolo. Pero mientras muchos celebran su valor folclórico, otros —desde su fe cristiana— cuestionan su exaltación pública.
La pregunta se repite con frecuencia en redes sociales, cultos e incluso espacios académicos:
¿Estamos ante una simple narración popular o ante una figura que choca con principios espirituales?
Un relato que trasciende
El relato más conocido cuenta que Saúl Montenegro, un hombre común del pueblo, obsesionado con espiar a las mujeres mientras se bañaban en el río, recurrió a un brebaje mágico que lo convertiría en caimán temporalmente. La idea era “camuflarse” entre los animales del agua sin ser detectado. Pero algo salió mal: una parte del hechizo falló, y Saúl quedó atrapado en un cuerpo híbrido: mitad hombre, mitad caimán.
Desde entonces, condenado por su curiosidad y su ambición, vaga como una criatura solitaria. Algunos lo recuerdan como castigo divino, otros como una tragicomedia caribeña. Lo cierto es que el Hombre Caimán se convirtió en mito… y luego en símbolo.
Del cuento popular al emblema cultural
En municipios como Plato (Magdalena) y San Benito Abad (Sucre), la figura del Hombre Caimán ha sido apropiada como parte de la identidad local. Cada año se celebran festividades con desfiles, dramatizaciones, canciones y esculturas que inmortalizan su historia.
Muchos artistas, docentes y gestores culturales defienden que la leyenda representa la creatividad del pueblo, su forma de advertir, criticar y reírse de sí mismo. Para ellos, no se trata de idolatría, sino de patrimonio intangible, de memoria colectiva y de la riqueza del relato oral.
La voz del ciudadano: “No es solo una historia, es una puerta espiritual”
Sin embargo, no todos comparten esa visión.
Samuel Villalba, miembro de una iglesia cristiana evangélica en Plato, expresa su preocupación:
“Yo no estoy en contra de la cultura, ni de que la gente tenga sus tradiciones. Pero como cristiano, tengo que decir que esto va más allá de una simple leyenda. Estamos hablando de una figura nacida de la hechicería, la perversión y la desobediencia. ¿Y ahora le hacen estatuas, le cantan y hacen fiestas? La Biblia es clara cuando dice: ‘No te harás imagen’ (Éxodo 20:4). Y en Deuteronomio 18 también se condena todo lo que tiene que ver con brujería. Para mí, esto no es folclor: es abrir una puerta espiritual peligrosa.”
Desde su perspectiva, la celebración del Hombre Caimán no solo representa un personaje mítico, sino que transgrede los límites espirituales establecidos en la Palabra de Dios. Y aunque reconoce que no todos lo ven así, cree que la exaltación pública de esta figura contradice principios esenciales de su fe.
¿Narrar es lo mismo que adorar?
Por otro lado, defensores del folclor insisten: no se trata de adoración ni veneración, sino de narración simbólica. Las estatuas, canciones o festividades no son altares, sino representaciones culturales que reflejan cómo un pueblo interpreta su entorno, sus valores, sus advertencias y hasta sus errores.
Además, señalan que muchas otras culturas conservan mitos similares sin que eso signifique idolatría: desde las fábulas africanas hasta los relatos andinos, pasando por los cuentos europeos que han sido base para el cine y la literatura moderna.
¿Tradición o transgresión? El debate sigue abierto
Lo cierto es que la figura del Hombre Caimán revela una tensión profunda entre el arraigo cultural y la convicción religiosa. Para unos, es identidad; para otros, es desvío. Para unos, es arte popular; para otros, es pecado normalizado.
Pero más allá de la controversia, lo que queda claro es que esta leyenda ya no le pertenece a un solo grupo: es parte de la historia viva del Caribe colombiano. Y como toda historia poderosa, provoca preguntas, sacude conciencias y nos obliga a pensar.
Quizá el Hombre Caimán no es solo un mito, ni solo una escultura, ni solo un pecado. Quizá es, ante todo, un espejo de la sociedad: uno que refleja nuestras contradicciones, nuestros miedos, nuestras creencias… y nuestra necesidad de contarnos a nosotros mismos quiénes fuimos, quiénes somos y qué decidimos celebrar.
Y tú, ¿qué piensas?
¿La leyenda del Hombre Caimán es solo una historia folclórica o estamos celebrando algo que choca con nuestros principios?
¿Dónde termina la tradición y dónde comienza la contradicción?
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¿Mito, cultura o pecado?